jueves, 14 de agosto de 2008

UN FIN DE SEMANA EN ACUARIO


Era el 25 de abril por la mañana, me sentía extraña mi cuerpo me decía que algo maravilloso estaba a punto de ocurrir. No tenía los síntomas de todas las clases de preparación al parto, pero daba igual, yo lo sabía. Aun así me fui a andar una horita para distraerme y ver si se me pasaba, pero no fue así. Llamé a Toni al trabajo y le dije que aún no estaba de parto pero que viniese un poco antes para irnos al hospital, tenía hora con el ginecólogo a las 8 pero llegamos mucho antes.

En el viaje estábamos nerviosos y excitados, sería el día….Yo tenía las mismas contracciones que en otras falsas alarmas pero sentía que esta vez sí.

Cuando llegamos a Acuario la matrona me puso un monitor y me dijo que no habían contracciones significativas, de todas formas nos quedamos por la cita con el ginecólogo (y menos mal que lo hicimos). Mientras esperábamos las contracciones empezaron a ser más fuertes, ya no encontraba postura ni sentada ni de pie. Cuando me reconoció el doctor Lebrero dijo que estaba de 3 cm y el cuello borrado el problema fue que Alba estaba girada cosa que anunciaba un parto largo o con cesárea, con su tranquilidad habitual me recomendó salir a cenar algo y si seguía con contracciones que volviese. Fuimos a un barecillo del pueblo, no hay nada mejor para acelerar contracciones que un buen olor a fritanga (jajaja), me daban unas contracciones súper fuertes y lo más curioso era que estaba lleno hasta la bandera y a nadie le sorprendía ver una embarazada retorciéndose. Seguro que pensaban “otra hippie de Acuario”. Así que después de unas tapitas deliciosas volvimos al hospital y me ingresaron.

El sábado lo pasamos entre monitores, tactos y paseos por el pueblo. Es curioso como en cada tacto Ágata (la matrona) me preguntaba si estaba de acuerdo, me explicaba exactamente todo lo que hacía y porqué, me sentía más segura y respetada. No sé cuantas veces recorrimos sus dos o tres calles principales para que Alba bajase y el parto fuese mejor. Hacíamos pequeñas paraditas con las contracciones, parecía que se me rompería la espalda en dos en cada una de ellas. Me apoyaba en Toni cada vez, el pobre ponía cara de preocupación pero hacía comentarios graciosos para animarme, consiguió que hasta fuese divertido ese día.

Por la noche la matrona me dijo que no había avanzado mucho el parto y que lo mejor sería pincharme un tranquilizante para que durmiese, el parto iba a ser largo. Cómo siempre, preguntó nuestra opinión y le dijimos que sí. Esta parte no la recuerdo mucho, Toni dice que estaba como borrachina y que me dio por decir que me levantaba a hacer pis, parecía una niña pequeña (jajaja).

Y ya sobre las cuatro de la madrugada, pasada ya la anestesia y con unas fortísimas contracciones (“de riñones” como dicen las abuelas) nos bajamos a la sala de partos. Un lugar confortable que transmitía paz y serenidad, la luz era tenue y sonaba una música relajante de fondo. Estaban llenando la bañera y el calorcito del agua te llamaba a entrar. Una vez dentro las contracciones fueron mucho más llevaderas ¡menuda diferencia!, estaba flotando súper relajada. Toni estaba sentado a mi lado y el resto era como si no existiese. En cada contracción me ponía de rodillas para ayudar a Alba a bajar y Toni me echaba agua calentita por la espalda y me ponía sus manos en mis lumbares para calmar el dolor. Me preguntaban si quería salir, pero yo estaba tan a gusto dentro que siempre decía que no. Alba estaba controlada por el monitor y algún que otro tacto para ver cuando llegaba el momento de salir. Y ese momento llegó, “al Alba”.

No había roto aguas, así que tuvieron que romperlas. Alba seguía muy alta, yo quería empujar pero me dijeron que lo mejor era esperar por si ella bajaba. Para facilitarme la situación y que no empujase me dieron una mascarilla con Entonox, “el gas de la risa” y vaya si lo era. Primero me dio por llorar, estaba preocupada por nuestro bebé y todo salía sin que yo pudiera controlarme. Tenía miedo de no haber tomado la decisión correcta intentando un parto vaginal en una cesárea anunciada. Le decía al pobre Toni si notaba moverse a Alba y él me decía que sí aunque no era cierto. De los llantos pasé a las risas, mucho mejor para la situación.

Y por fin llegaron los pujos, eran más de las nueve de la mañana. Yo empujaba con todas las fuerzas que me quedaban, estaba sentada en la silla de partos cómo yo había querido y Toni me apretaba la espalda con todas sus fuerzas. En ese momento recordaba las clases de Gracia, sabía que tenía que hablar con mi bebé, respirar y no perder el aire gritando…pero era superior a mí. Menos mal que Ágata, Mariela y Toni tuvieron una paciencia enorme para recordármelo. Para cambiar de posición estuve apoyada en la bañera y haciendo cómo sentadillas cuando venía una contracción. En esta parte el que más fuerza hacía era Toni, me sujetaba para subir y para que no me cayese, el parto fue cosa de tres cómo queríamos nosotros. Las matronas entraban y salían, ayudaban y aconsejaban pero nos dejaban estar a los tres.

Sobre las once de la mañana vi cómo se asomaba Lebrero por la ventanita de la sala, sabía que no era buena señal. Algo no estaba siendo como debía. Todos me animaban, Ágata no paraba de repetir “tu puedes”, “empuja”, “queda poco”, pero el mundo se me vino abajo cuando entró. Me exploró y me dijo que había posibilidad de parto vaginal, poca pero había. Seguimos empujando, pero no bajaba. Nos recomendaron ir a quirófano.

Fui por mi propio pie, y con Toni agarrándome con todas sus fuerzas. Fuimos los tres juntos como haremos siempre. Una vez en la camilla me di cuenta de que todo lo anterior había valido la pena, había tenido la oportunidad de un parto sin traumas, sin una luz fuerte cegándote los ojos y un sonido de máquinas que no era ni mucho menos natural. Allí todo fue más rápido, la oxitocina no hacía todo lo que debía, mis contracciones eran flojas pero Lebrero le puso carácter (y fuerza) y con la ayuda de una ventosa vino Alba al mundo. Y cómo vino, cuando la cogí con mis manos y me la traje a mi pecho con sus ojos hinchados pero abiertos y sus manitas extendidas. Miré a Toni y estaba súper emocionado, estábamos juntos y muy bien. Alba se agarró a mi pecho con todas sus fuerzas y comenzó a mamar. Eran las 12 del 27 de abril, uno de los mejores momentos de nuestra vida.

Desde aquí mi agradecimiento en primer lugar a mi amiga Silvia, que cuando me regaló el libro “bésame mucho” me abrió las puertas a un mundo donde los niños no son crueles manipuladores y las cesáreas no son la opción ideal. Donde gente como Gracia (matrona haptonómica) te ayudan a conectar con tu bebé desde antes de nacer, el Dr. Lebrero y matronas como Ágata confían en la naturaleza y sólo utilizan la técnica para ayudar, y finalmente Mila y su taller de lactancia permiten que sientas que lo mejor para un bebé es el confort de su familia y el mejor alimento nace de ti misma. ¡Mil gracias a todos!